Para comprender la actual situación de las Comunidades Autónomas hay
que remontarse al momento de su gestación: la transición a la
democracia. La transición pretendía sustituir el centralismo histórico
que había marcado la organización española desde la llegada de los
Borbones a España hasta la caída del franquismo por un estado de las
autonomías en menor o mayor grado.
A pesar de lo que pueda pensarse, la CE de 1978 no crea las
Comunidades Autónomas, ni establece su número ni concreta su forma de
organización ni competencias, tan solo formula los procesos que deberían
darse para constituir instituciones de autogobierno. La constitución se
muestra tan difusa porque en el momento de su aprobación había que
contar con el máximo consenso posible, sentando una base de mínimos de
la que partir para alcanzar el acuerdo con los nacionalistas y a la vez
que la norma no marcase claramente la disolución del estado centralista
para que Alianza Popular y sectores de UCD diesen su apoyo al texto.
Los primeros pasos autonómicos que se dan son preconstitucionales y
comienza con la aprobación de 14 preautonomías. La primera en
establecerse en preautonomía es Cataluña tras reivindicar su condición
de autonomía durante la II República. Suárez le concede la presidencia
de la Generalitat a Tarradellas para evitar así que ERC pudiera
posicionar un candidato propio que pudiera comenzar el debate
soberanista. En el País Vasco, al no haber una referencia de liderazgo
tan clara el gobierno decide que sean los diputados por el País Vasco
los que elijan a su presidente. De esta manera, Suárez pensaba que
resolvía el problema autonomista pues estas dos eran las únicas regiones
con motivaciones descentralizadoras. Sin embargo, tras estas dos
concesiones proliferaron las peticiones de autonomía por parte de otras
regiones. El gobierno sopesa las opciones y considera que, lo mejor para
el futuro sería extender por igual los derechos autonómicos para así
frenar las aspiraciones de Cataluña y País Vasco y todas las regiones
estuviesen al mismo nivel, por lo que se suman otras doce comunidades
durante 1978 y hasta la aprobación de la CE. Estas preautonomías tenían
una muy escasa dotación, pero desde el principio contaron con una
Asamblea (formada por los diputados y senadores de las cortes por cada
región), un presidente y su equipo de gobierno. Después, entre 1979 y
1983 se sumarían La Rioja, Madrid y Cantabria al club autonómico.
Tras la primera fase preautonómica iniciada por motivos históricos
vino la impulsada a través del marco constitucional y con motivos
técnicos y administrativos pues se apuesta por la cercanía de los
servicios al usuario y eso solo era posible con la gestión autonómica.
Así, partiendo de los artículos 143 y 151 de la CE las distintas
autonomías iban adquiriendo competencias, ya fueran de gestión (el
estado central regula y la autonomía gestiona la competencia) o de
legislación (la autonomía elabora sus propias normas y las desarrolla).
Esta segunda fase dota de competencias a los órganos de gobierno que se
habían instaurado en los primeros años de la democracia (1977-83) pero
dejando de lado de momento las dos grandes materias: sanidad y
educación. Además la dotación de recursos para sufragar las competencias
recibidas es escasa y en los años ochenta es común la presentación de
recursos de inconstitucionalidad entre las CCAA y el Gobierno.
En los últimos años de gobierno de Felipe González el mapa político
autonómico cambia, el Partido Popular logra victorias en algunas
comunidades y hace frente común con País Vasco y Cataluña para iniciar
una tercera fase de extensión competencial que tendrá su punto
culminante durante la primera legislatura de Aznar. En 1996 el PP vence
en las elecciones generales pero no obtiene mayoría absoluta, por lo que
se vale de los apoyos del PNV y CiU para gobernar. Sin embargo, estos
apoyos tuvieron un precio: se cedieron un gran número de competencias
(la gestión total de la educación, aunque sometida a unos parámetros
dados desde La Moncloa y la sanidad con el cierre definitivo del
INSALUD) a las comunidades (nuevamente no se limitó a Cataluña y País
Vasco para no generar grandes desequilibrios). Para financiar estas dos
políticas las CCAA exigieron un aumento de sus ingresos y el gobierno
popular les concedió la gestión de casi el 40% de los ingresos fiscales
(que pasarían a casi el 50% con el gobierno de Zapatero) cerrando así la
fase de mayor descentralización de la historia de España.
Durante la etapa socialista del 2004 al 2011 apenas se produjeron
cambios competenciales, sin embargo, la actual crisis económica reveló
un grave problema de gestión autonómica, siendo estas uno de los grandes
causantes del déficit público actual. Este “agujero” no es debido a un
exceso de competencias o una mala financiación (que, eso sí, es
mejorable), sino a unas políticas clientelares por parte de los
gobiernos autonómicos. El engrosamiento de las administraciones
autonómicas y los grandes gastos de autobombo son producidos por la
burocratización de los partidos políticos gobernantes (principalmente
PP, PSOE y CiU que ven en el aparato una forma de colocar a sus
militantes a la vez que ofrecen puestos de trabajo y aseguran la
reelección) y políticas públicas fatuas, levantando grandes
edificaciones, organizando exposiciones, ferias mundiales y
celebraciones deportivas de escaso rendimiento económico. La mala praxis
de los gobernantes autonómicos y la actual crisis económica llevan a
que ahora se abra el debate constitucional en torno al estado de las
autonomías y se hagan escuchar con más fuerza si cabe los sentimientos
nacionalistas. En este debate hay varios lados; el centralista, hoy día
liderados por UPyD, el soberanista (CiU, ERC, PNV, Bildu), el
autonomista (PP) y el federalista (PSOE, IU).
Analizando cada postura se observa, primero, que la propuesta de UPyD
está desfasada, una recentralización supondría unos gastos de partida
inasumibles para el país además un aumento de la crispación territorial
que no solucionarían el problema independentista. En el lado opuesto,
los independentistas, obviamente, esta no es una opción buena para
España, puesto que dejaría de existir como tal. Por lo cual no creo que
sea este el espacio apropiado para debatir a quien perjudicaría más y la
dejo de lado como posibilidad de mejora. En el medio de estas dos
medidas estaría la visión autonomista, la del PP, que parece que de
momento es la de dejar todo como está, puesto que a lo largo de los años
han expandido sus redes institucionales y es muy difícil renunciar a
cuotas de poder territorial (esta es la causa de que no recurran a la
recentralización, como si propone UPyD) El PP ya está institucionalizado
mientras que la formación de Rosa Díez no, e ir a una vía de más
autogestión (que no autogobierno) va en contra de su línea programática,
por lo que dejar pasar el tiempo se ve positivamente. Y por último, el
federalismo, que ahora se pide desde el PSOE e IU, sin embargo, no
proponen nada concreto. Esto es a causa de que, técnicamente, la única
diferencia entre un estado federal y España es el nombre y que el senado
no cumple la función territorial que si tiene el Bundesrat (el senado
alemán).
De estas cuatro opciones y a la vista del origen real de los
problemas territoriales de España, considero que el federalismo, por lo
que significa nominalmente, podría acabar con las reivindicaciones
históricas de algunas regiones, pero, siempre y cuando, se les otorgase
vía constitucional las competencias reales que tendrá cada estado
federal y como se financiará (gran error de la constitución del 78 no
marcar esto, como se dijo en las primeras líneas) y se les diese
voz en un senado útil territorialmente. Si desecho el estado autonómico
es simplemente por el nombre, pero creo que se podría configurar con
los elementos necesarios para que fuese eficaz, puesto que una reforma
del senado y de las competencias que fije la constitución es
perfectamente posible si existe voluntad política, que,
desgraciadamente, es lo que falta en estos momentos.